Desde los primeros
pasos de la humanidad, la idea del laberinto ha estado presente como recorrido
e incógnita vitales. El laberinto de Dédalo, la figura del Minotauro, el
desafío de Ariadna y Perseo resuenan en la iconografía de la civilización
occidental.
Como concepto, un
laberinto es algo enormemente sugerente.
De gran poder evocador, me ha
parecido siempre muy descriptivo de la evolución de la sociedad: la
ramificación de la humanidad a partir de Babel y la complejidad de su
trayectoria existencial. Tanto plástica
como literariamente, la interpretación y desarrollo creativos del concepto me
han interesado a modo de caldo de cultivo de algo susceptible de variantes
innumerables, de empresa con rumbo pero sin destino.
Creo firmemente que,
desde mis primeros trabajos, y aunque no reparara en ello de manera consciente,
el trasfondo laberíntico ha estado ahí. Aunque sea por la mezcolanza de
influencias; por la elección de los motivos; por el eclecticismo de mis
intereses; por los patrones estéticos por los que mi gusto se inclinaba.
Iba tomando cuerpo así
una obra sensible a un trasiego informativo característico del tiempo en que es
creada; a un producto de la profusión comunicativa de los medios, de la
publicidad y la imagen. Esta obra así gestada de 1984-2008 - de muchas influencias y facetas-,
precursora necesaria para la consecución de los procesos laberínticos, es la recogida bajo el epígrafe En busca del laberinto.